En la fila para entrar a la sala (porque todavía se acostumbra hacer fila en estas instalaciones, la globalización aún no hace mella, o si pero hacen como que no, porque si no no sería hipster, right?) había una pareja de morros tras de mi, no sé de que edad exactamente, yo calculo que alrededor de los 20 con una tolerancia de más-menos 3. En fin, estuve esperando entre 5 y 10 minutos para ingresar a la función e inevitablemente me chuté su conversación, que aclaro no fue por metiche sino porque además de que se encontraban a escasos centímetros de mi sensual humanidad, el volumen de voz de ambos era un tanto elevado para el promedio de una interlocución. Ambos tenían pinta de chairos, como que van (ya que estudien es otra cosa) a una escuela onda ciencias políticas o filosofía y letras, pero si algo me han enseñado mis prejuicios sobre la gente es: búrlate y después les pones apodos; nahh, no es cierto, pero si me dio una tremenda flojera ver y oír tanta pretensión en unos post-adolescentes que hablaban sobre las relaciones de pareja y se expresaban con frases como: "la configuración de la estructura en tu relación bla bla bla...", "no construyas un refugio en la sombra de su árbol" o "su necesidad es de tal envergadura que bla bla bla...", y así.
Para mi buena suerte al ingresar a la sala dicha pareja se sentó a una distancia bastante prudente de mi, por lo que pude olvidarme de su aburrido y pretencioso punto-de-vista-que-no-pedí. Disponíame yo a disfrutar la función cómodamente cuando al cabo de unos minutos se acercó una señora con dos bolsas grandes de plástico y un paraguas, me preguntó si estaban ocupados los asientos a mi derecha y le respondí que no, acto seguido tomó posesión de dos de las butacas libres, colocó a mi lado sus pertenencias y en seguida se sentó ella. Apenas habían tocado sus posaderas el asiento cuando empezó a esculcar sus bolsas preguntándose en voz alta en dónde había dejado su agua, noté que se me quedaba viendo como esperando que yo me pusiera a ayudarle a buscar dentro de sus bolsas el ansiado bote de agua, pero me limité a sonreir forzadamente (mi cara de hipócrita no. 26) e intenté tirarla a león, y digo intenté porque la señora continuó con exclamaciones tales como: "¿pos 'onde la dejé?", "válgame....", "mmmm, ps on'tará", ya cuando oí el "ahh vaya, aquí está" pude relajarme y volver a miestado noestéschingando burbuja.
Pero no duró mucho mi tranquilidad, porque apenas apagaron las luces para iniciar la proyección la señora manifestó su desconcierto con la siguiente exclamación: "ay, 'ta muy oscuro, no veo nada" (por alguna razón en ese momento comenzaron a pasar por mi cabeza aquellos sketches de Eugenio Derbez en su personaje del Oigame No). Una vez iniciada la película continuaron llegando espectadores que invariablemente interrumpían la poca atención que hasta ese momento hubiese podido capturar el filme, lo cual, digo, sucede muy seguido (si no es que siempre) en cualquier sala de cine o espectáculo. Lo que no es tan común es que conforme va entrando la gente demorada una señora les grite: "ahí en medio hay lugares", o "aquí hay uno solo joven"; a este último comentario, el citado joven hizo caso y se sentó justo en seguida de mi, en el lado opuesto a la señito gritona, lo que en circunstancias normales no representaría ningún problema (excepto un poco de incomodidad), pero resultose que este individuo de pronunciada cabellera y barba despedía un olor como de no-me-baño-para-no-perder-mi-esencia y pa' acabarla también era de los que les gusta compartir a todos su sentir sobre lo que está viendo con comentarios como: "así", "dale otra", "eso", "¡ouch!", entre otros. Pero lo mejor estaba aún por venir, porque transcurridos apenas unos escasos 5 minutos de la proyección la señora abrió una de sus bolsas y sacó lo que sonaba como una caja de plástico, de esas donde regularmente viene la comida para llevar, y además del ruido generado en lo que buscaba/sacaba/abría dicha caja, continuó con lo más obvio que podría uno suponer en esos casos: se puso a comer lo que fuera que trajera ahí guardado. Pero no feliz con saciar su apetito, se dispuso a ofrecernos al individuo greñudo y barbudo de particular olor y a mi de su suculento snack. Por razones lógicas/salubres/de supervivencia denegué su generosa oferta pero mi vecino de asiento no, por lo cual me vi interrumpido en más de una ocasión para permitir el intercambio de lo-que-fuera-que-estuvieran-comiendo este par de personajes con la precaución de que no me fueran a tirar encima lo que estaban compartiendo, así terminé inmiscuido en un sangüich de incomodidad que puso a prueba (extrema) mis prácticas budistas y filosofía zen los subsequentes 100 minutos de la proyección.
Para mi buena suerte al ingresar a la sala dicha pareja se sentó a una distancia bastante prudente de mi, por lo que pude olvidarme de su aburrido y pretencioso punto-de-vista-que-no-pedí. Disponíame yo a disfrutar la función cómodamente cuando al cabo de unos minutos se acercó una señora con dos bolsas grandes de plástico y un paraguas, me preguntó si estaban ocupados los asientos a mi derecha y le respondí que no, acto seguido tomó posesión de dos de las butacas libres, colocó a mi lado sus pertenencias y en seguida se sentó ella. Apenas habían tocado sus posaderas el asiento cuando empezó a esculcar sus bolsas preguntándose en voz alta en dónde había dejado su agua, noté que se me quedaba viendo como esperando que yo me pusiera a ayudarle a buscar dentro de sus bolsas el ansiado bote de agua, pero me limité a sonreir forzadamente (mi cara de hipócrita no. 26) e intenté tirarla a león, y digo intenté porque la señora continuó con exclamaciones tales como: "¿pos 'onde la dejé?", "válgame....", "mmmm, ps on'tará", ya cuando oí el "ahh vaya, aquí está" pude relajarme y volver a mi
Pero no duró mucho mi tranquilidad, porque apenas apagaron las luces para iniciar la proyección la señora manifestó su desconcierto con la siguiente exclamación: "ay, 'ta muy oscuro, no veo nada" (por alguna razón en ese momento comenzaron a pasar por mi cabeza aquellos sketches de Eugenio Derbez en su personaje del Oigame No). Una vez iniciada la película continuaron llegando espectadores que invariablemente interrumpían la poca atención que hasta ese momento hubiese podido capturar el filme, lo cual, digo, sucede muy seguido (si no es que siempre) en cualquier sala de cine o espectáculo. Lo que no es tan común es que conforme va entrando la gente demorada una señora les grite: "ahí en medio hay lugares", o "aquí hay uno solo joven"; a este último comentario, el citado joven hizo caso y se sentó justo en seguida de mi, en el lado opuesto a la señito gritona, lo que en circunstancias normales no representaría ningún problema (excepto un poco de incomodidad), pero resultose que este individuo de pronunciada cabellera y barba despedía un olor como de no-me-baño-para-no-perder-mi-esencia y pa' acabarla también era de los que les gusta compartir a todos su sentir sobre lo que está viendo con comentarios como: "así", "dale otra", "eso", "¡ouch!", entre otros. Pero lo mejor estaba aún por venir, porque transcurridos apenas unos escasos 5 minutos de la proyección la señora abrió una de sus bolsas y sacó lo que sonaba como una caja de plástico, de esas donde regularmente viene la comida para llevar, y además del ruido generado en lo que buscaba/sacaba/abría dicha caja, continuó con lo más obvio que podría uno suponer en esos casos: se puso a comer lo que fuera que trajera ahí guardado. Pero no feliz con saciar su apetito, se dispuso a ofrecernos al individuo greñudo y barbudo de particular olor y a mi de su suculento snack. Por razones lógicas/salubres/de supervivencia denegué su generosa oferta pero mi vecino de asiento no, por lo cual me vi interrumpido en más de una ocasión para permitir el intercambio de lo-que-fuera-que-estuvieran-comiendo este par de personajes con la precaución de que no me fueran a tirar encima lo que estaban compartiendo, así terminé inmiscuido en un sangüich de incomodidad que puso a prueba (extrema) mis prácticas budistas y filosofía zen los subsequentes 100 minutos de la proyección.